jueves, 28 de julio de 2011

Y después de la obediencia, ¿qué?



"En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera", 
Mar 6:45


Somos propensos a imaginar que si Jesucristo nos exhorta a hacer algo y lo obedecemos, Él nos llevará hacia un gran triunfo. Nunca deberíamos pensar que nuestros sueños de éxito hacen parte del propósito de Dios para nosotros. De hecho, su objetivo puede ser exactamente lo contrario. Tenemos la idea de que Él nos está conduciendo hacia un fin particular, una meta deseada, pero no es así. Llegar a un fin especial es de poca importancia y alcanzarlo simplemente es un episodio en el camino. Lo que nosotros vemos sólo como el proceso para alcanzar un fin, Dios lo ve como la meta. 
¿Cuál es mi visión de lo que Dios se propone conmigo? Su propósito es que dependa de Él y de su poder ahora. Si en medio de la tempestad de la vida permanezco tranquilo, fiel y decidido, esa es la finalidad de su propósito. Él no está obrando para llevarnos hacia una meta particular. Su objetivo es el proceso en sí. Lo que desea para mí es que lo ven caminar sobre las olas, sin ninguna playa, éxito o meta a la vista sino con la absoluta certeza de que todo está bien porque lo veo andar sobre el mar (Mar_6:49). Lo que glorifica a Dios es el proceso, no el resultado. 
El entrenamiento de Dios es para hoy, no para mañana. Su propósito es para este minuto, no para un tiempo futuro. A nosotros no nos incumbe lo que viene después de nuestra obediencia y estamos equivocados cuando pensamos en eso. Lo que la gente llama preparación, Dios lo ve como la meta misma. 
El propósito divino es capacitarme para que vea que Él puede caminar sobre las tormentas de mi vida precisamente ahora. Si tenemos una meta posterior en perspectiva, no le prestaremos la suficiente atención al presente inmediato. Pero si comprendemos que la obediencia es el fin, entonces cada momento, venga como venga, será precioso. 


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“¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por eso” (2Ch_19:2).


El rey Josafat se había aliado con el perverso rey Acab para hacer la guerra a los sirios. Esta alianza impía casi le costó la vida. Los sirios confundieron a Josafat por Acab y estaban a punto de matarle cuando se dieron cuenta de su error. Aunque Josafat escapó de la muerte, no escapó de la hiriente reprensión del profeta Jehú. Dios se aira cuando Su pueblo ama a aquellos que le aborrecen y coopera con el impío.
¿Dónde podría suceder una cosa así en nuestros días? Acontece cuando los cristianos evangélicos profesantes se mezclan con liberales declarados en grandes cruzadas religiosas. Estos liberales niegan las grandes doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Buscan minar la autoridad de las Escrituras con sus dudas y negaciones. Aunque se hacen pasar por cristianos, en realidad son enemigos de la Cruz de Cristo. Su dios es el vientre y su gloria está en su vergüenza. Sólo piensan en lo terrenal (Phi_3:18-19). La causa de Cristo no se beneficia por su patrocinio, solamente sufre.
A medida que el movimiento ecuménico cobra fuerza, los cristianos que creen en la Biblia enfrentarán una presión cada vez más grande y deberán cerrar filas contra todo elemento impío en la cristiandad. Si lo hacen, serán ridiculizados y denunciados y sus libertades se verán restringidas. Pero la fidelidad a Cristo requiere que caminen por una senda de separación.
Uno de los golpes más severos se deja sentir cuando los mismos cristianos desdeñan a sus hermanos que rehúsan trabajar con los impíos. Es muy común oír a algunos líderes cristianos hablar con aprecio de los modernistas en tanto que atacan a los fundamentalistas. Adulan la erudición de los liberales, citan sus libros con aprobación y muestran una amorosa tolerancia a sus herejías. Para sus hermanos fundamentalistas, en cambio, sólo tienen adjetivos despreciativos porque buscan mantener líneas bien definidas de demarcación entre el justo y el impío.
Solicitar el favor de los enemigos de Dios o buscar su ayuda es una política de traición. Si queremos ser leales a Cristo es preciso que estemos al lado de sus seguidores y seamos inflexibles contra el enemigo.


William MacDonald


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July 28
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.”  1Pe_5:2. 

Esto es equivalente a una promesa: si nos inclinamos, el Señor nos alzará. La humildad conduce al honor: la sumisión es el camino a la exaltación. La misma mano de Dios que nos empuja hacia abajo, está esperando para levantarnos cuando estemos preparados para recibir la bendición. Nos agachamos para vencer. Muchos se rebajan delante de los hombres, y, sin embargo, no reciben la protección que ambicionan; pero aquel que se humilla bajo la mano de Dios no dejará de ser enriquecido, exaltado, sostenido y consolado por el Dios siempre lleno de gracia. Es un hábito de Jehová derribar al altivo y exaltar al humillado.
Sin embargo, hay un tiempo para la obra del Señor. Hemos de humillarnos ahora, incluso en este preciso instante; y estamos obligados a continuar haciéndolo, ya sea que el Señor ponga sobre nosotros Su mano que causa aflicción o no. Cuando el Señor hiere, es nuestro especial deber aceptar el castigo con profunda sumisión. Pero en cuanto a nuestra exaltación proveniente del Señor, esa sólo puede venir “cuando fuere tiempo”, y Dios es el mejor juez de ese día y hora. ¿Clamamos impacientemente pidiendo la bendición? ¿Desearíamos un honor inoportuno? ¿Qué pretendemos? Seguramente no nos hemos humillado verdaderamente, pues, de lo contrario, esperaríamos con tranquila sumisión.  Entonces, hagámoslo.

La Chequera del Banco de la Fe.

 
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